martes, 26 de octubre de 2010

La vi, me miró y sonreí. Era viernes y ella venía acompañada por la novia de mi amigo y la miré, no podía parar de mirarla.

Un viejo bar y un olor a tabaco y café nos acogieron durante toda la tarde, seguía sin poder parar de mirarla. Era hermosa. Su pelo oscuro descendía hasta su cintura y sus cabellos se enredaban en sus manos y se volvían a desenredar entre sus dedos, una y otra vez. Era preciosa. Las palabras escapaban con dulzura de sus labios, que se curvaban formando una sonrisa amable cada vez que yo la miraba, y esa sonrisa podía conmigo, capaz de dejarme sin aliento. Era perfecta.

Entre sonrisas y eternas miradas transcurrió la tarde y llegó la hora de marcharse, ella se fue caminando bajo una fina lluvia y yo continué observándola hasta que la oscuridad hizo que la perdiese de vista.

Esa noche soñé con ella. Un sentimiento nacía dentro de mí sin que yo pudiese hacer nada por evitarlo, pero eso me gustaba.

El viernes siguiente pasé otra típica tarde en el viejo bar con mi amigo, dos cervezas y patatas. A la noche íbamos a un concierto y ella estaría con nosotros.

Quedamos directamente allí, en la entrada. El concierto estaba siendo demasiado aburrido, así que salimos afuera para fumar un cigarrillo, o quizá dos. Mi amigo y su novia fueron a la barra a pedir algo de beber y me quedé con ella, ella y yo, yo y ella, sólo los dos. La cogí de la mano y me miró sorprendida, pero enseguida la apretó con fuerza y se dejó guiar por mis pasos. Empezamos a hablar, aunque en realidad era ella la que hablaba, me gustaba escuchar su voz. Sin darnos cuenta llegamos al final de una calle, nos paramos. El lugar era precioso, una pequeña plaza lejos de miradas indiscretas, perfecta para nosotros. Me acerqué, estaba nervioso, no podría estarlo más, pero ella se acercó más, agaché mi cabeza y ella elevó la suya. La besé. La besé y enseguida ella me besó con más fuerza. Mis manos rodearon su cintura aferrándola con fuerza a mi cuerpo, no podría permitirme que se marchara, no ahora que estaba conmigo.

Su móvil sonó inoportunamente, no contestó. Sonó por segunda vez y en esta ocasión lo sacó de su bolsillo, miró la pantalla, contestó con miedo y cuando colgó me cogió de la mano y empezó a correr. Llegamos a la puerta del concierto en la mitad de tiempo que nos llevó el trayecto de ida. Mi amigo y su novia estaban allí sonriéndome con algo de malicia y yo les devolví una sonrisa tímida pero que a su vez dejaba ver todo lo que sentía en ese momento. Ella se giró, me dio un ligero beso en los labios y empezó a correr de nuevo, había un coche negro aparcado a la vuelta de la esquina, alguien la esperaba para irse a casa.

Esa noche volví a soñar con ella. Aquel sentimiento que había nacido noches atrás crecía por momentos.

Tercer viernes. Otra vez por parejas, otra vez el viejo bar. Sin embargo en esta ocasión fueron cuatro cervezas y un plato lleno hasta arriba de frutos secos. Ella estaba abrazada a mí, estábamos bien juntos, demasiado bien.

Pasaron días y días. Noches y noches. Sueños y sueños. Soñaba constantemente con ella, con su pelo, con su sonrisa, y afortunadamente no solamente la soñaba, sino que también la sentía, la besaba… todos los días. Y fue entonces cuando lo sentí. Sentí algo fuerte, mucho más fuerte que la vez anterior. ¿Amor? Sí, amor.

La amaba como nunca había amado a nadie. Pero, ¿para qué sirve el amor si éste no es correspondido? La sentía distante, cada vez más lejos de mí. Sus besos seguían siendo besos, pero ya no eran nuestros besos. Y lo que es aún peor, ella no me amaba.

Sus llamadas empezaron a dejar de llegar a mi móvil. Su móvil ya no aceptaba mis llamadas.

Doce de la noche, llaman a la puerta. Corrí a abrir y era ella. Me quedé mirándola y ella se quedó inmóvil mientras la fina lluvia que predominaba en aquellos días chocaba ligeramente contra su pelo y su ropa. Permaneció allí, callada, con la mirada perdida y lágrimas en los ojos. El mismo coche negro que la esperaba en la esquina después de aquel concierto estaba detrás de ella. Sus ojos que hasta entonces permanecieron casi cerrados mirando hacia alguna parte, se tornaron hacia mí todavía llorosos. Y lo dijo, pronunció esas palabras que mi cabeza jamás olvidará. Se había acabado. El corazón se me paró durante un momento y mi cuerpo se bloqueó inmediatamente después. Mis pulmones ya no querían ni respirar, no era capaz ni de llorar. Sin embargo las lágrimas empezaron a resbalar por sus mejillas, no entendía nada. Me senté en el portal y apoyé mi cabeza sobre mis manos, necesitaba una explicación, ¿qué había hecho mal? Le di más amor del que mi corazón estaba dispuesto a dar, más del que podía. Era imposible que hubiese hecho algo mal. La amaba y ella lo sabía. Estaba dispuesto a agarrarla para que no se fuese, lo iba a hacer, no iba a irse de mi lado tan fácilmente. Pero cuando reaccioné ya estaba entrando en el coche, el coche de otro hombre.

Me quedé ahí sentado, bajo esa odiosa lluvia, toda la noche. No me dormí, permanecí en vela analizando lo que había ocurrido hace unas horas: me había abandonado… por otro.

Todavía no puedo aceptarlo, se ha marchado para siempre. Ya no me queda nada de ella, hace días que su dulce aroma se escapó de entre mis sábanas. ¿Qué me queda por hacer ahora? ¿Seguir sin ella? No. Tampoco puedo vivir de un recuerdo eternamente, un recuerdo efímero como un suspiro a la vez que hermoso, que no deja de ser un simple recuerdo de miles de sueños por cumplir.

Ya he tomado una decisión. No quiero seguir despertándome con la ilusión de poder verte tumbada a mi lado besándome suavemente el pelo, la frente, el cuello… y juntando finalmente tus labios con mis labios, sacando así de los míos la primera sonrisa del día. No puedo seguir, no sin ti.

Sólo te pido que recuerdes lo que te amé, lo que aún te amo y lo que siempre te amaré.

¿Lo sientes ahora? Se llama amor.

4 huellas:

Anónimo dijo...

....precioso

Lúa N. dijo...

impresionante.

Uxía Piña. dijo...

No sabía que tenías blog :) A ver si encuentro más perlas como esta.

Anónimo dijo...

Precioso es poco... Muy bueno!

 
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